BUENOS AIRES (por Walter Vargas).- Salvo dirigir a la Selección Nacional, posibilidad hoy tan cercana como La Quiaca de Ushuaia, nada más riesgoso para Ramón Díaz que volver a River en tiempos de vacas flacas, o en todo caso en tiempos de vacas no tan robustas ni espléndidas como las de los años noventa.
Díaz cimentó la mayor parte de su prestigio en aquellos dorados años en los que River disponía de planteles que rozaban la obscenidad (hasta los suplentes eran copiosos en jerarquía y cotización) y lo consolidó cuando sacó campeón a un San Lorenzo si no pobretón al menos de poderío terrenal.
Pero eso fue en la temporada 2007 y luego se sucedieron tres ciclos de singular oscuridad: uno al frente de América de México, otro en San Lorenzo y el último, en el segundo semestre de 2011, en Independiente de Avellaneda.
Estos tres tropiezos parecieron confirmar la creencia original de que en rigor el "Pelado" Díaz es un entrenador básicamente motivador, con algo de ojo clínico para elegir los jugadores, y no mucho más que eso.
Según esa premisa, la conquista del Clausura 2007, en San Lorenzo, no superó la barrera de una golondrina incapaz de hacer verano.
Claro que desde el mismo día que dejó la dirección técnica de River, allá por 2002, y durante todos estos años, el segundo riojano más famoso jamás hesitó en reponer cierta angelada comunión que presuntamente signaría un destino maravilloso, de él con River, viceversa, y por añadidura con una tribuna que en ante cada nubarrón se hizo oír para reclamar un regreso que recién se consuma ahora, cuando el estoico Matías Almeyda es despedido de forma indecorosa.
A juzgar por sus dichos, los de Ramón Díaz, esa celestial comunión ligada necesariamente al éxito, excede por mucho la materia prima existente.
Exagerando un poco, tal parece que da igual que ya no tenga un Javier Saviola para hacer debutar ni en cada partido Pablo Aimar, ni a Enzo Francescoli, ni a Marcelo Salas, etcétera.
En una palabra, tal parece que al modo de un prestidigitador genial es Díaz el único ingrediente indispensable para que se opere una inmediata multiplicación de panes.
La única concesión que hizo fue emplear la palabra “trabajo”, pero fuera de eso dio por descontado, o lo deslizó, que más temprano que tarde River gozará de la santísima trinidad identidad, alto nivel, resultados satisfactorios, y eso porque él, el "Pelado" Díaz, nació para ser grande en River y hacer grande a River.
Lo interesante del caso es que sonó como algo menos obvio que una declaración optimista de un hombre naturalmente optimista: más bien sonó como una invocación más ligada al misticismo o a alguna otra forma de lo que está dado, escrito, destino químicamente puro.
Sea como fuere, va de suyo que como sentenciaba acaso el mayor ídolo de la historia de River, Angel Amadeo Labruna, la única verdad es la del verde césped y será en el verde césped donde Díaz verá plasmado o desmentido su énfasis profético. (Télam)